26 marzo 2007

besos históricos

Me pregunto qué es la historia y qué son los besos. Hace poco, algún cercano freaky me hizo lo observación de que los besos en los labios, en la boca (a lo máximo que se podía aspirar con una compañera de catequesis), son de reciente creación. Surgieron con el cine… con la representación de la amor en el cine. Anteriormente un beso en la boca no tenía mayor significación que otro en la ceja o en la hendidura anterior a la barbilla. No me he preocupado en verificar si esto realmente era así anteriormente, si los labios no estaban en la cúspide del triángulo jerárquico del surgir de las hormonas… pero siento bonito pensarlo así. Tampoco me atrevo a preguntar esto a mi veterana abuela (93), interesarme por dónde le daba los besitos mi abuelo podría verificarle aun más las rarezas de su nieto.
Y la historia… la historia se construye hoy y mañana construiremos lo que pensemos que pasó hoy. No recuerdo limpiamente lo que fue mi primer beso habitado por una mínima pulsión. Esos besos que se pretenden a partir del momento en que se observa que alguna parte de tu cuerpo está desarrollándose más aceleradamente que, por ejemplo, un brazo. Ahora recuerdo algo. Pero no un beso. Recuerdo mi primer amor formal a eso de los once años. Dos días de noviazgo y un final de nombre femenino: la vergüenza. Nuestra prometedora relación fracasó porque su educación familiar le había dictado que son los hombres los que siempre deben dar el primer paso, incluyendo el primer beso. Esta niña tenía un poco de lo que ahora diría mala hostia y la vergüenza unida al miedo al rechazo hizo que en esos dos idílicos días no me atreviese a rozar ni su mochila. Claro, yo no sabía lo de su educación puritana y nuestra relación fracasó sin un roce labial. Primer fracaso de la serie. Moraleja: no confíes en los estereotipos, sobre todo en ese que dice que las niñas de colegios religiosos pueden ser un poco “ligeritas”.
Si he de elegir mi historia y construir el capítulo dedicado al primer beso he de remontarme más aun.
Verano en Lorca, 37º grados a la sombra (actualmente las temperaturas son un poco más altas en agosto) y una heladería. Hasta los ocho años pasé mucho tiempo con mi tía, encargada de la heladería por esas fechas. Si el invierno se caracterizaba por las continuas “bajadas” a “el campo” con mi tío para dar de comer a la mora, la jisca, y el nuevo (dos cabras y un cabritillo), el verano lo recuerdo por el frescor de aquella trastienda de gruesos muros que se ocultaba tras la heladería abierta al calor de la calle peatonal.
De martes a domingo yo hacía las 8 horas diarias de apertura (una más de insoportable observación de cómo se limpiaba al cerrar). Los lunes eran una fiesta, las tres de la tarde era la hora para montarse en el 127 blanco de mi tío José rumbo a la playa. 42 kilómetros y 55 minutos escuchando a la Perlita de Huelva. Si era un lunes especial (quizá mi tío había recibido algún besito esa noche) se marcaba el lujazo excesivo de pincharnos a Ana Reverte. Cuando sucedía esto creo que prefería estar en la heladería, así que volvamos a ella. Como he dicho, mi tía no era más que la encargada, una mandada, y es aquí donde comienza mi real y escogido primer beso.
Observaba como la perra de Manoli lamía su diaria tarrina de helado de leche merengada (esto es verdad, la perra murió ciega y gorda como una condenada), cuando ella entró en la heladería, avergonzada detrás de las faldas que le ofrecía su padre. Era la hija del jefe.
Pecosita y pelirroja como una zanahoria, con lo que esto supone de exótico a un niño de siete años que aun no ha conocido mundo. Yo no sabía quién era, pero había venido para quedarse. Las habilidades de mi tía como canguro y mi pequeña presencia y promesa como compañero de juegos habían hecho creer a sus padres que aquel sería un buen lugar donde dejar a su encanto todos los días durante un tiempo. Pude ser su compañero de juegos, pero también algo más. Jugábamos, discutíamos, incluso nos pegábamos, hablábamos sobre la perra de Manoli… sin saberlo éramos un matrimonio ilegítimo y también sin consumar. Así pasaron los días hasta el momento de la gran limpieza de final de verano. Cientos de envases de plástico en la trastienda y al menos tres neveras heladeras vacías. Mi tía empezó a guardar nuestros juguetes en una de ellas y esto hizo que con los días nosotros nos familiarizasemos con el acto de entrar a por nuestros muñecos. Dentro de estas neveras la temperatura era especialmente agradable a pesar de estar desconectadas. Un día (como buen matrimonio) pensamos en pasar un rato en una de estas neveras vacías. Así hicimos. Primero subir al sofá y más tarde escurrirse de frente hasta el interior del continente. Pero esta no era nuestra nevera de los juguetes y no teníamos demasiado que hacer allí dentro. Sólo nuestros cuerpos, que en total sumaban 14, frente a frente. Ella un polo de naranja, yo uno de chocolate. Nos miramos extrañados y cómodos, como solo pueden hacer los niños. Su piel blanca era atrayentemente desconocida y creo que ella pensó lo mismo acerca de mi moreno permanente. Así, creyendo que un polo de naranja y chocolate puede saber bien se juntaron nuestras bocas.

Primero una vez.

Luego, tras una pausa, repetidas veces hasta derretir aquella helada curiosidad.

Este fue mi primer beso. Ahora entro en las heladerías pensando en que quizá la belleza pueda surgir de una nevera helada lo mismo que Afrodita lo hizo de la espuma.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que gran idea esta, la del tema de lo amigos, los besos, lo abrazos... ¡que gran coctel!

que dulce me sabe esta historia,una historia de pelicula como los besos...

pd:amo los helados de chocolate!!!

una pregunta para tod@s: ¿existe la infidelidad?

seguire leyendo con curiosidad vuestras historias.
besos!!!
soy monika(BELLAS ARTES-GRANADA)
monica_martinez18@hotmail.com

Anónimo dijo...

Gracias por el cursillo y por ser mi tutor.
Me gustaria tener el album fotografico,jeje.Si puede ser.
Saludos
Soy David(bbaa)
snupchi2@hotmail.com